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Declaraciones recogidas por Inés Blanca. Entrevista publicada en El ojo de la aguja (nº 4-5, primavera de 1993)
(La entrevista se realizó el día 8 de febrero de 1993.)
Hubo una vez en que un universitario y escritor a
ratos hacía volatines a altas horas de la madrugada por el paseo de
Recoletos de Madrid, animado por dos amigos, Juan García Hortelano y
Juan Benet.
De eso hace mucho, mucho tiempo y hoy dos ya no están. El jovencito
volatinero tiene ahora casi la misma edad que Juan Benet tenía entonces.
Habló de Benet como si lo tuviera al lado y éste pudiera oír lo que
decía (y es presumible que sonriera un poco o quizá mucho).
Habló Marías a veces equivocándose, en presente; en alguna ocasión
se dio cuenta y rectificaba. Pero el presente se diría que se le impuso
durante los más o menos cincuenta minutos que duró la conversación. Y
por qué no, si se piensa bien es natural que así fuera, hace tan poco
que el amigo ya no está que quizá, desde ese 5 de enero, esté aún
marchándose. Lo que parece seguro es que no se ha ido del todo y no es
aventurado creer que no se irá. Sigue su presencia intacta en la mente
y, sentimentales por una vez, también en el corazón de sus amigos.
En Santa Bárbara hacia 1970
A Juan Benet yo creo que lo conocí en el año 1970,
puede que incluso fuera el 69, no recuerdo la fecha exacta. Yo tendría
dieciocho años probablemente, entonces, de modo que lo he tratado a lo
largo de veintidós o veintitrés años.
Recuerdo que la primera vez que lo vi fue en el pub de Santa
Bárbara, que era un local, un café, al que en aquella época iba bastante
gente de letras y de teatro y gente del cine. Me acuerdo de que la
primera vez que lo vi fue allí, llegó con su mujer Nuria y me lo
presentaron (su primera mujer, Nuria Jordana, hija de un traductor; la
segunda, su viuda, es la poeta Blanca Andreu); y en fin, tengo esa
imagen de esa primera vez. Luego ya empezamos a tratarnos un poquito. Me
preguntaba si tendría que tratarlo de usted o de tú: la solución
inmediata fue de tú, pero "Don Juan". Hasta el final lo llamaba así de
vez en cuando.
Los comienzos
Vicente Molina Foix, que ya era algo amigo mío y que había leído la
primera novela que yo había escrito, lo que se llamó finalmente Los
dominios del lobo (que yo no pretendía de momento publicar ni nada por
el estilo, se lo dejaba a amigos y esas cosas), en un momento dado me
dijo: "Bueno, ¿y por qué no intentamos publicar esto? A mí me ha gustado
mucho, se lo voy a pasar a Juan Benet". Y la verdad es que tuve mucha
suerte de que siendo Benet entonces (en fin, siempre lo ha sido, pero yo
creo que en aquella época más) muy estricto con lo que escribían sus
compatriotas, tanto la gente de su edad como la gente más joven que
empezaba a publicar por entonces, tuve la suerte de que a él le gustó el
libro. Hizo un par de gestiones con editoriales, me parece recordar que
Lumen y también Edhasa, en una colección al frente de la cual estaba
Rosa Regàs (más adelante tuvo la editorial La Gaya Ciencia, en la que yo
saqué mi segundo libro y Benet muchos de los suyos), que decidió
publicarlo y lo contrató.
De modo que sí, la publicación de ese libro se la debo en buena
medida a Juan Benet, no a mi familia desde luego, como alguna gente en
su día pensó. Es más, ese libro va dedicado a Juan Benet y a Vicente
Molina Foix, como recuerdo que les dije en su día, para así no tener que
pagarles ninguna participación. "Bueno, os lo dedico y así no me
exigiréis beneficios." Y por eso va dedicado a ellos. El título no, no
se le ocurrió a Benet, tampoco es mío; fue Vicente Molina Foix el que lo
encontró. En aquella época yo siempre tenía grandes dificultades para
encontrar títulos, las he seguido teniendo hasta tiempos recientes, y
ese primero se lo puso Vicente Molina.
En el segundo libro mío, Travesía del horizonte, en la edición de La
Gaya Ciencia, en las guardas hay por delante un grabado de un barco y
en la de atrás, un texto en inglés con letra de Benet. También
intervino, en fin. El comienzo de mi carrera literaria tiene incluso
estos detalles, en los cuales Benet estaba presente.
Lo que importa
Su trato y también su obra. No recuerdo bien si ya antes de
conocerle personalmente había yo leído Volverás a Región, o si fue más o
menos a la par de conocerlo.
Pero, bueno, lo cierto es que hay por un lado la existencia de una
novela como Volverás a Región, que para mí (lo mismo que para mucha otra
gente de mi generación, como Azúa, Pedro Gimferrer, Eduardo Mendoza,
Vicente Molina Foix, Javier Fernández de Castro, Sarrión, Chamorro, en
fin, a mucha gente que empezaba a escribir por entonces) pues la verdad
es que Volverás a Región fue una revelación; fue un poco incluso (aunque
parezca un poco ridículo) una especie de esperanza, de decir "Bueno,
por fin hay un libro en la literatura española que se aparta de lo
habitual, que se aparta de lo corriente, de lo predominante", que era el
realismo social, con diferentes variantes. Y en eso incluso también un
libro muy apreciable como Tiempo de silencio, porque en el fondo a mí me
parece que está también inmerso en esa corriente. Y de pronto esto era
algo completamente distinto, como una puerta abierta, como decir "Bueno,
existe la posibilidad de escribir otro tipo de literatura de la que es
dominante e incluso se impone". Eso por un lado.
Por otro lado, el trato personal. Ha sido un trato la verdad es que
fundamental, no exagero si digo que Juan Benet ha sido una de las cinco
personas más importantes de mi vida, en el aspecto personal. Y no sólo
porque era un gran amigo con el cual además el trato se ha mantenido
frecuente y continuo durante esos más de veinte años, sino que además
para un chico de dieciocho años como yo tenía cuando le conocí, fue un
verdadero maestro. Y no tanto desde el punto de vista literario, porque
admirando mucho su obra, también creo que todas las personas que he
mencionado y yo mismo éramos conscientes de que tampoco se le podía
imitar, ni se le podía seguir. Digamos que era un estilo tan personal,
tan singular que no admitía la continuidad, por así decir. Pero sí un
maestro en lo personal.
Una de las cosas que Benet ha hecho conmigo, como con otra gente de
edad parecida a la mía, ha sido descubrirnos cantidad de cosas;
descubrirnos autores, descubrirnos libros, descubrirnos piezas de
música, descubrirnos cuadros. Era una persona atenta e interesada por
todas esas cosas que he dicho. También a mí me descubrió defectos en mis
novelas; aún hoy, al escribir, a veces retiro un adjetivo o rehúyo un
tipo de frase porque recuerdo que él me los criticó una vez, y
razonadamente. Nos solíamos escribir cartas, los dos en Madrid, sobre
nuestros libros, y luego la contestación. La última carta suya que tengo
me la mandó desde Australia, sobre Corazón tan blanco, hace menos de un
año. Ya no habrá más.
Viajar con Benet era absolutamente delicioso, conocía España
maravillosamente. Supongo que a lo largo de sus muchísimos años de
ingeniero, la había recorrido de cabo a rabo y la había recorrido además
con sabiduría e inteligencia. Ir con él en coche era extraordinario
porque sabía exactamente dónde estaba todo lo que valiera la pena verse y
en qué restaurante se podía comer. Digamos que era una persona de una
curiosidad y de una sabiduría general, no solamente en asuntos de tipo
literario o artístico o filosófico (también era un gran lector de
filosofía), sino incluso también en sabiduría práctica, como la que
acabo de mencionar en estos viajes.
La herencia personal. ¿Un escritor de discípulos?
En un sentido sí que me reconozco como discípulo de Benet, en otro
no. En el que acabo de decir sí. Sin duda alguna Juan Benet es una
persona que a mí me ha enseñado montones de cosas, pero no en el sentido
estrictamente literario, de obra a obra. En ese sentido no, y eso creo
que él mismo lo dijo en la entrevista que le hizo Juan García Hortelano
para El Urogallo, la cual recientemente El País reprodujo en parte. Me
parece que Hortelano insistía sobre la posibilidad de sus discípulos más
jóvenes y él acababa diciendo, si no recuerdo mal, que no, que él creía
que la gente más joven había sido gente lo bastante avezada para darse
cuenta de que no tenía sentido seguir por su mismo camino literario.
Incluso me parece que decía que había notado su influencia, incluso
sufrido plagios por parte de gente más bien de su propia edad, por gente
de su propia generación que de pronto se apuntaban a un estilo que no
les había sido propio y que en parte venía de Benet.
Y en cambio en la gente que éramos realmente discípulos en el
aspecto personal, en el aspecto vital incluso, él no solía ver ese
influjo literario. En mi caso, por ejemplo, recuerdo que cuando publiqué
uno de mis libros, El siglo, una serie de críticos apuntaron que ese
era un libro bastante benetiano en estilo. No es así, creo yo,
precisamente por tener conciencia de que su estilo era como el de
Beckett, o como el de Kafka o como el de Bernhard, que son estilos tan
singulares y personales que no dejan puertas abiertas a segurirlos, no
ya a imitarlos que sería grotesco sino ni tan siquiera a seguirlos. Yo
sé que quizá hay algunas cosas en ese libro que pueden parecer algo
benetianas, pero también sé de dónde vienen y vienen de algunos maestros
comunes que tanto él como yo tuvimos, por ejemplo Conrad, de quien yo
había traducido recientemente El espejo del mar y que por lo tanto sí
que me había influido a la hora de escribir ese libro. En su caso, más
Faulkner, en mi caso más Conrad; pero los dos a ambos.
Él ha tenido una cosa que ningún escritor de su generación ha tenido
de manera equivalente, y que yo creo que en el fondo es una gran suerte
para él o lo fue. Yo no creo que ningún otro escritor de su edad,
incluso probablemente de la generación más vieja que la suya, ha tenido
una serie de personas que a su vez eran también escritores y que lo
consideraban un maestro literario, maestro en el sentido de un gran
escritor, no en el sentido, como ya he dicho antes, de maestro al que
seguir literariamente, pero sí un gran escritor, y que se reclamaban
también herederos de él, insisto, no tanto en la propia literatura que
escribíamos cuanto de una manera vital, una herencia de tipo personal.
Eso, si no me equivoco, no lo ha tenido ningún otro escritor de su edad,
o no en tal grado. Todo escritor tiene probablemente admiradores y
gente que le sigue y que lo jalea, pero no han sido a su vez escritores.
O al menos no sé, a mí me cuesta imaginar esto en otro caso.
Sus libros
Su obra, lo he dicho en muchas ocasiones, me parece la más
importante de la segunda mitad del siglo XX en España. Su obra como
novelista y también su obra como ensayista literario. Como ensayista
literario, incluso me atrevería a decir que es uno de los pocos. Libros
como La inspiración y el estilo, pero no sólo ése sino también En
ciernes, un libro menos conocido, o La moviola de Eurípides, que tiene
algunos ensayos a mi modo de ver absolutamente extraordinarios, su
equivalente no veo que exista en otros muchos escritores de esta segunda
mitad del siglo. Lamentablemente, el ensayo literario se ha cultivado
muy poco por parte de los propios escritores, ha estado más bien en
manos de profesores o de teóricos o incluso de algún crítico.
Pero, bueno, como novelista, que es su principal faceta, pues ya he
dicho un poco lo que supuso Volverás a Región y lo que ha supuesto
también el resto de sus novelas. Quizá Volverás a Región puede que sea
su libro más perfecto, aunque fuera el primero, se ha de tener en cuenta
que era un libro que publicó con cuarenta años, era la obra de alguien
maduro. Pero no se limitó a eso, tiene libros que a mí me parecen
extraordinarios aunque sin duda alguna son difíciles, como Saúl ante
Samuel, como los tres volúmenes de Herrumbrosas lanzas o como Un viaje
de invierno, que a mí me parece de los mejores. En fin, yo comprendo que
alguna gente... bueno, se echa un poco para atrás porque algunas veces
los libros de Benet presentan dificultades, y no voy a negar que las
presentan, si bien una de las cosas que hacen atractiva la literatura de
Benet es el tipo de dificultades que presenta. Su oscuridad, a mi modo
de ver, no es nunca gratuita, se corresponde con una complejidad de
pensamiento en algunas ocasiones, o con una complejidad de estructura o
técnica que a veces se requiere y que es armoniosa y coherente dentro de
cada libro, que no está puesta desde fuera, que no está puesta de
manera gratuita.
Preferencias
No sé, es difícil decirlo. He releído hace poco Volverás a Región
con motivo del artículo que escribí al cumplirse veinticinco años de su
publicación y me ha parecido siempre un libro extraordinario. También me
gustaba mucho Un viaje de invierno, pero claro, lo tengo menos
reciente. Eso de sus novelas.
Luego, sin duda, de los libros que no son novelas pero sí en cierto
sentido narrativos, el que prefiero es Otoño en Madrid hacia 1950, me
parece un libro delicioso y realmente es una pena que no escribiera más
cosas de esa índole, porque ese es un libro perfectamente asumible para
cualquier tipo de lector y que no por eso es inferior en calidad, en
absoluto, a sus novelas. Si hubiera tenido más libros de esa índole de
los que ha tenido, quizá habría habido mucha gente que se habría
acercado a su obra a través de libros como ése, menos complicado; o
también Trece fábulas y media, que es otro libro delicioso y de gran
agudeza. Pero, claro... Otoño en Madrid hacia 1950 me parece un libro
extraordinario.
El hombre más encantador de la tierra
Con Benet ha habido un equívoco que en cierto sentido no lo es, es
decir, que mucha gente tenía la idea de que era un ser personalmente
casi odioso. Yo me imagino que es muy probable que las personas que
piensan así quizá hayan podido tener algún motivo. Y el motivo puede ser
que Benet, como ya he dicho en el artículo necrológico que escribí a su
muerte, con las personas que lo conocían bien era "el hombre más
gracioso y encantador de la tierra", decía exactamente eso y lo sigo
afirmando.
Ahora bien, no era ese tipo de personaje (como lo era por ejemplo,
su gran amigo Juan García Hortelano) que lo es en toda ocasión y casi
ante cualquier persona. Hortelano tenía una especie de bonhomía general
(aunque también podía ser malicioso) que hacía que cayera muy bien a
prácticamente todo el mundo con quien se trataba. El caso de Benet no
era así. Benet, cuando alguien no le gustaba, podía mostrarse muy
odioso. Hay gente con la cual no tenía el menor motivo para estar
simpático, lo cual me parece muy bien. Hay personas que son encantadoras
en toda circunstancia y con toda persona, yo creo que hay mucha gente
con la cual no hay porqué ser encantador, sino todo lo contrario. Benet
hacía eso, podía resultar odioso si alguien le parecía un imbécil o si
le parecía un canalla o que estaba diciendo sandeces o que estaba
teniendo un comportamiento incorrecto o innoble. Podía ser muy simpático
y podía ser muy duro, y eso es algo que se debe aplaudir en una época
tan sonriente y blanda como esta. Le gustaba, en ocasiones, ser un
provocador. Tenía también cierta timidez extraña que a veces en público,
fuera en televisión o en un acto público, podía hacerle parecer incluso
huraño; en cierto sentido era deliberado.
Pero en muchas otras ocasiones, la verdad, incluso públicas (yo he
asistido a bastantes actos en los cuales él intervenía, bien una mesa
redonda o una conferencia)... En otras ocasiones no, no era provocador,
era una persona encantadora que contaba anécdotas con una enorme gracia.
Suena un poco ridículo, quizá, decir esta palabra, pero era
extremadamente bondadoso. Yo sé, por ejemplo, que esto sucedía no
solamente con sus amigos literarios, sino también con sus amigos
ingenieros o con la gente que había trabajado con él en las muchas obras
que hizo, presas, túneles. Sé que albañiles o peones que habían
trabajado con él, a lo mejor hacía treinta años en una obra de un
pantano o de una presa y que ahora que estaban en el paro, se dirigían a
él a pedirle ayuda; y sé que (jamás lo contó, lo sé por personas que
trabajaban cerca de él), sé que les había enviado dinero. Si esa gente
se dirigía a él al cabo de treinta años a pedirle ayuda en un momento de
apuro, sería por algo.
Parece ser que la gente que trabajó con él lo adoraba en general. Y
ya no digo la totalidad de sus amigos, los que eran amigos le tenían
también una verdadera adoración. Quizá lo que sí le gustaba era
provocar, ir un poco contracorriente y también, una de las cosas que
hacía y eso yo no puedo sino aplaudirlo, era no callarse la boca, no ser
diplomático. Si él opinaba que Galdós era un latazo, lo decía. Y a mi
modo de ver lo opinaba con considerable razón, es una opinión que yo
suscribo en buena medida; suscribo una de las cosas que decía, que era
que tenía unos diálogos insoportables, grotescos y zafios, y si opinaba
eso lo decía, no iba con rodeos. Si alguien le desagradaba no tenía
inconveniente en decir su opinión.
En ese sentido, yo creo que también hay que pensar en Benet como en
un transgresor, en contra de lo que se ha dicho en los últimos años
cuando numerosos periodistas de baja estofa lo han acusado de estar
próximo al oficialismo, e incluso próximo al gobierno y cosas por el
estilo. Una cosa es que él pudiera tener algún trato o amistad con
personas del gobierno, también tuvo amistad y trato con personas del
gobierno de UCD, por ejemplo el propio Alberto Oliart o García Añoveros,
que fueron ministros de UCD, eran amigos suyos de toda la vida, lo
siguieron siendo. Pero en contra de lo que se ha dicho, que podía ser un
personaje oficial u oficialista, yo creo que realmente ha sido el
verdadero transgresor como figura pública, como novelista y como
articulista. Hay una serie de escritores que pasan por ser
transgresores, por ir a la contra, y no me importa mencionar nombres,
como Juan Goytisolo o Antonio Gala, que realidad lo único que hacen
normalmente es decir lo consabido, lo que opina una gran masa de la
sociedad dominante de hoy en día, que por supuesto no es ya la derecha,
sino más bien esta izquierda aguada que domina la sociedad. En cambio
Benet era capaz de decir cosas que sí iban en contra de ese pensamiento
convencional, supuestamente de izquierdas. Y por eso irritaba mucho. En
ese sentido, no hay sino que aplaudirlo.
Era un hombre con un gran sentido del humor, un hombre con muchísima
gracia. Las reuniones en su casa con frecuencia acababan de la manera
más disparatada, haciendo representaciones de teatro, algunas de ellas
absurdas como la que contaba Félix de Azúa en su artículo al día
siguiente de la muerte de Benet, en que se escenificaba un viaje en
tren, un viaje en la Renfe, en el cual Benet hacía el papel de revisor,
con una gorra (tenía una buena colección de sombreros y de gorras).
Luego, también ponía las músicas más disparatadas, ponía unos discos que
tenía con discursos de Hitler que divertían mucho por lo grotesco que
resultaba escucharlo en estos tiempos, en fin, tantos años después.
Digamos que era un comediante, era una persona de una gracia, de una
inventiva... Muy bromista, y a la vez amable. Tenía ese lado público
que podía incluso parecer huraño, tenía ese lado provocador pero que yo
creo que era una provocación justificada, no gratuita, eran cosas que él
opinaba, no era tampoco ese tipo de escritor, que también hay, que está
todo el rato pensando "qué puedo decir ahora para molestar", sino que
eran cosas que él pensaba, evidentemente no se las callaba.
Y a la vez era enormemente amable. A lo largo de veintitantos años
de trato he tenido ocasión de comprobarlo en numerosas ocasiones. A mí
me ayudó más de una vez, no ya en cosas literarias sino en cosas
personales, y sé de mucha otra gente a la que también ha ayudado.
Una anécdota entre miles
Recuerdo que en una ocasión en que una amiga común... Yo coincidí
con ella en la casa de campo que Benet tenía en Zarzalejo, cerca de El
Escorial, había allí un grupo de personas, entre ellas una amiga común,
bastante amiga de él, estaba desesperada porque había sido abandonada
por su novio, por su amor. Y de hecho había intentado suicidarse, hacía
unas semanas había tenido una tentativa de suicidio y en principio
estábamos todos muy preocupados e intentando tratarla con algodones.
"Hay que tener mucho cuidado con...", llamémosla para no dar nombres
reales, Elena. "Hay que tener mucho cuidado con Elena, porque ¿y si lo
vuelve a intentar?", y todo eso.
Y entonces recuerdo que Benet en un momento dado decidió aplicarle
según decía una terapia de choque. "Nada, nada, hay que dejarse de
tonterías, nada de tratarla con algodones, hay que aplicarle una terapia
de choque." Y entonces se dedicaba, por ejemplo, a burlarse, una burla
por supuesto con la mejor intención. Por ejemplo, llegaba la hora de
comer o de cenar, durante ese fin de semana, y entonces anunciaba
"Bueno, ya está la comida", y le decía a la amiga: "Tú no comerás,
verdad, tú por supuesto, en tu estado de postración y de tristeza... No
se te ocurrirá comer, espero". Normalmente, la reacción de ella era
"Bueno... pues sí, yo creo que sí voy a comer", decía ella.
Y luego en el rato de la siesta, Benet, que estaba allí por el campo
o pintando al aire libre, la despertaba tocándole por fuera en la
ventana, donde ella dormía, y le decía: "Elena, soy Marcelo (el nombre
del novio que la había abandonado, también un nombre falso). Elena, soy
Marcelo que vuelvo, vuelvo a ti, ábreme". Y la despertaba de este modo.
La verdad es que lo hacía con tanta gracia, aunque pudiera parecer así
contado brutal, lo hacía con tanta gracia que esta amiga acababa
echándose a reír a carcajadas. Y de hecho a partir de ese fin de semana
empezó a recuperarse, porque digamos que el lograr ver la ridiculez del
asunto, el lograr ver una ironía ajena hecha con mucha gracia, la ayudó
bastante. Y estas cosas las hacía Benet continuamente.
Es la persona a la que yo he visto más capacitada para decir a la
gente impertinencias o brutalidades incluso, y las decía de tal manera
que la mayor parte de la gente se las tomaba bien, sobre todo las
personas un poco inteligentes veían que ahí había una guasa, una especie
de juego. Yo le he visto continuamente decirle a la gente unas
impertinencias que milagrosamente caían siempre bien, lo cual da una
idea de que era un hombre extraordinariamente simpático. A una persona
no muy simpática eso no le sale, no se le tolera una impertinencia.
Y ahora qué. Homenajes póstumos
Por un lado me alegra, me parece bien, peor hubiera sido que Benet
hubiera muerto y no se hubiera hecho mucho caso de eso, sino sólo una
cosa meramente mecánica de lo que pasa cuando muere un escritor
conocido. Tengo la sensación, y eso me alegra, de que hay bastante gente
que de una manera muy real y verdadera se está ocupando de montar
homenajes y números de revistas y cosas por el estilo.
Por otro lado, también te da un poco de rabia... ese tipo de cosas
también dan un poco de rabia a la vez. Porque también es verdad que
Benet en los últimos años no ha sido tratado tan bien como merecía. Una
cosa que ya se ha comentado suficientemente por parte de otras personas
es que no tuvo nunca un premio oficial, ni siquiera el Nacional al mejor
libro de un año. No es que eso lo hubiera hecho mejor o peor escritor,
pero probablemente a él, que ya iba siendo un poco mayor, murió con
sesenta y cinco años, pues quizá le habría hecho ilusión, yo creo que le
habría gustado y es más, el año pasado, sin ir más lejos, yo fui jurado
del Premio de las Letras.
Benet quedó finalista, quedó en segundo lugar, para mi sorpresa (lo
ganó Jiménez Lozano). Me sorprendió mucho, y sobre todo me sorprendió la
actitud de algunos jurados. Dijeron cosas tan peregrinas en su contra
como que era joven, que había que votar a gente mayor, luego acabó
ganándolo un hombre que es algo más joven que él. Alguna gente de
entrada dijo: "No, no, yo voy a votar a los más viejos porque los demás
ya tendrán tiempo". Y yo me acuerdo que intervine y dije: "Bueno, un
momento, esto no me parece un criterio. Lamentablemente, además, nadie
conoce el orden de la muerte y tenemos el ejemplo de Juan García
Hortelano, que con sesenta y tantos años ha muerto hace poco. O el de
Gil de Biedma, que murió hace unos años". Y claro, poco podía imaginar
yo entonces que... que a Juan Benet iba a pasarle lo mismo. Pero me
pareció que era un argumento completamente idiota. Eso da una idea del
tipo de argumentos que manejan muchos de los jurados que están en ese
tipo de premios, ¿no? Cosas que no tienen nada que ver con la
literatura. Otro jurado recuerdo que dijo: "A Benet no hay que darle
nada porque está todo el día en la prensa". Como si eso fuera un motivo
para dar o no dar algo. En fin, una cosa muy lamentable. Lo cierto es
que recuerdo que el ganador tuvo ocho votos y Benet cuatro, en la última
votación. Me hace pensar que en realidad fue milagroso que llegara a
ser el finalista.
Por eso da un poco de rabia pensar que ahora es muy fácil, que hay
mucha gente que se deshace en elogios cuando alguien muere. Ha habido
artículos estupendos de los que yo he leído tras su muerte, algunos
realmente muy buenos y otros que también me han producido mucha
irritación; artículos de gentes que hacen una necrológica y la
necrológica consiste en contar lo que ellas hicieron por el muerto, por
ejemplo. O gente que escribe con cierta mala idea, como también ha
habido. Ha habido bastante de eso, también. Ha habido artículos que
estaban muy bien desde un punto de vista personal o desde un punto de
vista literario, hechos con mucha estima, con mucho cariño. Pero también
ha habido otros muy irritantes.
Como anécdota, puedo contarte, por otra parte, para que veas que la
figura de Benet incluso después de muerto sigue siendo controvertida,
que tan sólo una semana después de su muerte Vicente Molina y yo tuvimos
que tener un altercado en un restaurante de Madrid, justo a la semana
de su muerte, porque casualmente escuchamos en una mesa cercana que
estaban poniéndolo verde.
Conocía a alguno de cara, sí, no personalmente pero de cara sí,
gente de televisión, periodistas, un tipo vacuno con una pipa. Estaban
hablando de los periódicos de esos días y diciendo: "Hay que ver cómo se
han pasado los periódicos, han dicho que hasta era simpático". Claro,
una de las cosas que a esas gentes hubo que decirles es que "En efecto,
con ustedes no tendría por qué haber sido simpático jamás". Hay personas
con las que uno no debe ser simpático. Benet tuvo el valor de no serlo
con mucha gente.
No, a las manos no llegamos. Pero, vamos, sí hubo un altercado.
(No llegaron a las manos, pero casi.)
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